Nos
aferramos a lo poco que tenemos por temor a perderlo. Porque si nos quitan eso
no nos queda nada más. Por temor a lo desconocido. Porque lo que queremos solo
nos lo puede dar aquellos a los que tememos. Vivimos a la sombra de algo
tremendamente grande, que no podemos esquivar, por más que corramos. Y si
corremos, dejamos tantas cosas atrás... ¿Qué es lo justo? ¿huir y abandonarlo
todo? ¿o aferrarte a la posibilidad de que algún engranaje empiece a moverse?
Tantas vidas por cambios tan grandes que acaban tornándose tan pequeños...
Nuestro despertador de cada mañana son risas de suficiencia que se acrecientan
a medida que pasa el día. Cuando llega la noche nos vamos a dormir pensando que
quizá mañana el día sea mejor, porque el consuelo es el clavo al que hemos
decidido agarrarnos. Incluso retorcerse con los pies colgando en un negro
abismo es preferible a enfrentarse al miedo de lanzarse a él y adentrarse en
las profundidades de lo desconocido. Puede que en él te espere la nada. La
muerte. Y también puede que haya alguien en el fondo que pueda frenar tu caída,
que te tienda una mano, te ayude a levantarte y te lleve a pasear por el
abismo, mostrándote un mundo desconocido para ti hasta entonces. El mundo de la
auto-liberación. Un lugar en el que no debes aferrarte a lo desconocido, porque
vislumbrar lo desconocido será tu meta, tu arma será el valor y el miedo el
único enemigo real al que habrás de enfrentarte.
No hay comentarios:
Publicar un comentario